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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

8 de enero de 2011

8 de Enero, San Apolinar (Apolinario) de Hierápolis, Obispo






laudio Apolinar, obispo de Hierápolis de Frigia, llamado "el Apologeta, fue un famoso profesor cristiano del siglo II. A pesar de las alabanzas que le prodigan Eusebio, San Jerónimo, Teodoreto y otros, poco sabemos de su vida. Por otra parte, sus escritos, que eran muy estimados, se han perdido. Focio, que los había leído y era buen juez en la materia, los recomienda por su tema y estilo. Claudio Apolinar escribió contra los encratitas y otros herejes, puso en claro los orígenes filosóficos de los errores de cada secta, según testifica San Jerónimo. Su última obra fue un ataque contra los montañistas y sus pretendidos profetas, que habían comenzado a aparecer en Frigia hacia el año 171. Pero la obra que le hizo famoso fue su apología de la religión cristiana, que dedicó al emperador Marco Aurelio, poco después de que dicho príncipe había triunfado de los cuados, gracias a las oraciones de los cristianos, como lo mencionaba el santo.

Como las tropas de Marco Aurelio habían luchado en vano durante largo tiempo por subyugar a los germanos, el emperador resolvió el año 174 ponerse al frente de las operaciones. Había cruzado ya el Danubio, cuando los cuados, un pueblo que habitaba el territorio que más tarde se llamaría Moravia, le rodearon en una posición muy peligrosa para él. Las tropas del emperador no tenían ninguna posibilidad de escapar de las manos de sus enemigos, ni tampoco podían resistir largo tiempo, por falta de agua. La duodécima legión estaba compuesta principalmente de cristianos. Cuando el ejército se hallaba a punto de perecer de sed, los cristianos se arrodillaron, "como acostumbraban hacerlo para orar" — nos dice San Eusebio —, y pidieron a Dios su ayuda. Súbitamente, el cielo se cubrió de nubes y una espesa lluvia se desató, en el momento en que los bárbaros se lanzaban al ataque. Los romanos luchaban y, al mismo tiempo, bebían el agua de la lluvia que recogían en sus cascos, apurándola enrojecida por la sangre del enemigo. Los bárbaros eran más poderosos que los romanos; pero un fuerte viento, acompañado de truenos y relámpagos, hizo que la lluvia les azotara el rostro y les cegara, lo que les obligó a huir aterrorizados. Tanto los autores paganos como los cristianos relatan esta victoria. Los autores paganos la atribuyen a un poder mágico o a la intervención de sus dioses, pero los cristianos lo cuentan como un milagro obtenido por las oraciones de los legionarios. Parece que San Apolinar hizo alusión al hecho en la apología que dedicó al emperador, informando que Marco Aurelio había dado a esa legión el nombre de "la legión del trueno" en recuerdo de la famosa batalla. Eusebio, Teturliano, San Jerónimo y San Gregorio de Nisa repiten el dato, tomándolo de San Apolinar.
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Concepción Católica de la Economía (1)





Por el R.P. Julio Meinvielle





Edición de los Cursos de Cultura Católica. Impreso por Francisco A. Colombo, 19 de septiembre de 1936.


Tomado de Stat Veritas





CAPITULO I


LA ECONOMIA Y LA ECONOMIA MODERNA



l mundo vive hoy bajo el signo de la inquietud económica, Porque se ha Perdido el sentido de la economía. Se conocen una infinidad de fenómenos económicos, llamados producción, tierra, capital, trabajo, finanzas, consumo; se registran pretendidas leyes económicas; se construyen teorías y se crean escuelas económicas; pero no se posee el sentido de la economía, porque se ha perdido el de la vida humana.

El mundo moderno – llamo mundo moderno al engendrado por la acción antitradicional de la Reforma Protestante, perpetuado en el liberalismo del siglo XIX y dispuesto ahora a sepultarse en la anarquía bolchevista –, el mundo moderno, digo, no sabe ni puede saber qué es la vida, porque se ha privado del acto propio de la inteligencia, que es “juzgar”.

En el "juicio", la inteligencia conoce el valor real (ontológico) de las cosas. Es un acto esencialmente teleológico. Frente a un ser, no tanto quiere conocer su funcionamiento, su mecanismo, su realidad fenoménica, como su esencia determinada por su finalidad: "¿Para qué es tal ser?”, y conocida su finalidad, ajustar a ella su funcionamiento.

Por esto nuestra preocupación constante en el presente libro será formular un juicio de valor sobre la realidad económica. Habremos de penetrar en las entrañas mismas de los fenómenos económicos modernos, para descubrir su conformación esencial y ver si hay en ellos una perversión ingénita, y en este caso, proponer las condiciones del medicamento eficaz. Como los fenómenos económicos que nos rodean son esencialmente capitalistas, nada más justo que precisar la naturaleza de la Economía capitalista.
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7 de enero de 2011

7 de Enero, San Luciano de Antioquía, Presbítero y Mártir





an Luciano nació en Samosata de Siria. Se distinguió en la retórica y la filosofía. Bajo la dirección de Macario de Edesa, se consagró al estudio de la Sagrada Escritura. Persuadido de que su deber de sacerdote consistía en entregarse totalmente al servicio de Dios y al bien de sus prójimos no se contentó con predicar con el ejemplo y la palabra, practicando todas las virtudes, sino que emprendió una revisión de todo el Antiguo y Nuevo Testamento para corregir los errores debidos a la falta de atención de los copistas y a otras causas. Sea que haya revisado simplemente el texto del Antiguo Testamento, comparando las diferentes ediciones de los Setenta; sea que, gracias a sus conocimientos de hebreo, haya podido hacer las correcciones, a partir del texto original, lo cierto lo cierto es que su edición de la Biblia fue estimada y que resultó de gran utilidad a San Jerónimo.
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Liberalismo y apostasía (2)





por el Dr. Alberto Caturelli





II. El llamado «liberalismo católico»


a) Proceso histórico-doctrinal del «liberalismo católico»

En las propias palabras de León XIII sobre el liberalismo muy moderado (que no niega, que no ignora, pero separa) se perfilan los caracteres de lo que se ha dado en llamar el «liberalismo católico». Trazaré sólo las grandes líneas doctrinales que le caracterizan advirtiendo, de paso, que, en buena medida, suele presentarse más como una suerte de actitud de componenda con la democracia liberal que como una doctrina rigurosa.


Ya he indicado que esta particular actitud, más bien «separa», en cuanto concibe un sistema de vida político-social que no tiene una relación de dependencia obligatoria con el orden sobrenatural. En modo alguno «ignora» y, mucho menos, «niega». Aunque sus antecedentes haya que buscarlos en el voluntarismo de fines de la Edad Media y, lógicamente, en los revolucionarios de 1789 como Talley-rand, Obispo de Autun, celebrando en el campo de Marte con trescientos sacerdotes adornados con la escarapela tricolor, su primera expresión teórica aparece cuarenta años más tarde con Lamennais y su periódico L’Avenir. Con un lenguaje que anticipa el recientemente usado por el neomodernismo, afirma que la Iglesia y el Estado, desde Constantino, han estado unidos pero apenas como una suerte de «preparación evangélica» por modo de tutela; hoy, en cambio, cuando los hombres han alcanzado su «mayoría de edad», es hora que Estado e Iglesia se den un adiós definitivo abriendo cierta plenitud de los tiempos en la separación total entre Iglesia y Estado.


Esto es así porque, siendo la libertad, no la gracia santificante, el más alto don concedido al hombre, quitando a la Iglesia el «pesado yugo» de la protección del Estado, bastará la libertad (¡no más concordatos!) para que el pueblo, en el futuro, llegue a la fe. Por eso Lamennais profetizaba una unidad católica del porvenir; para ello basta el desarrollo de las «luces modernas» en el único sistema político que él consideraba legítimo fundado en la libertad individual15.


15Exposición muy completa, en C. Constantin, «Liberalisme catholique», Dict. de Théol. Cath., IX parte Iª, col. 506-626, Paris, 1926; mucho más breve, pero excelente el art. de G. de Pascal, «Liberalisme», Dict. Apol. de la Foi Cath., vol. II, col. 1822-1842, 4e éd., Sous la direction de A. D’Alès, Beau-chesne, Paris, 1924. En la Argentina resulta siempre insoslayable, en relación con Mari-tain, el libro del P. Julio Meinvielle, De La-mennais a Maritain (1945), 2ª ed., Theoria, Bs. As., 1967; en algunos aspectos, son por demás interesantes, Correspondance avec le R.P. Garrigou-Lagrange a propos de La-mennais et Maritain, Ed. Nuestro Tiempo, Bs. As., 1947 y Respuesta a dos cartas de Maritain al R.P. Garrigou-Lagrange, O.P. (con el texto de las mismas), ib., 1948.

La encíclica Mirari vos (1832) del Papa Gregorio XVI que, «afligido, en verdad, y con el ánimo embargado por la tristeza», condenó la doctrina de Lamennais, no fue suficiente. No bastó que el Papa condenara la tesis según la cual puede el alma salvarse profesando cualquier creencia, la libertad absoluta de conciencia (que implica libertad plena para el error), que recordara que el origen del poder es Dios y reafirmara la recta doctrina acerca de la concordia del poder civil con la Iglesia (Mirari vos, nn. 13, 14, 17, 43; Singulari Nos, nº 3).


Ni bastó la condena de Paroles d’un Croyant dos años más tarde (Singulari Nos, nº 5).

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6 de enero de 2011

Biografía de Santo Tomás de Aquino (4)










por Gilbert K. Chesterton


Tomado de La Editorial Virtual













IV. Una meditación sobre los Maniqueos

ay una anécdota casual acerca de Santo Tomás de Aquino que lo ilumina como el destello de un rayo, no sólo por fuera sino también por dentro. Es que lo muestra no sólo como un personaje – y hasta como un personaje de comedia – mostrando la coloración de su período y su trasfondo social sino que, al menos por un instante, hace una radiografía de su mente. Es un incidente trivial que ocurrió un día en que, a regañadientes, consintió en que lo arrastraran lejos de su trabajo; casi podríamos decir que lejos de su juego. Porque hallaba trabajo y diversión en el inusual pasatiempo de pensar, que para algunas personas es algo mucho más intoxicante que tomar. Había declinado cualquier cantidad de invitaciones sociales a la corte de reyes y príncipes, no porque fuese huraño – cosa que no era – sino porque siempre estaba ardiendo con los realmente gigantescos planes de exposición y discusión que llenaban su vida. En una famosa ocasión, sin embargo, fue invitado a la corte del rey Luis IX de Francia, más conocido como el famoso San Luis, y por alguna razón las autoridades dominicas de la Orden le dijeron que acepte, lo cual hizo inmediatamente puesto que era un fraile obediente hasta en sueños, o mejor dicho hasta en su permanente trance de reflexiones.

A la hagiografía oficial se le puede hacer válidamente la acusación de tener a veces la tendencia a hacer aparecer a los santos como si fuesen todos iguales. Eso a pesar de que no hay personas más diferentes entre si que los santos. Ni siquiera los asesinos difieren más entre ellos. Y difícilmente puede haber habido un contraste mayor, dejando de lado lo esencial de la santidad, que el existente entre Santo Tomás y San Luis. San Luis había nacido caballero y rey; pero era una de esas personas en las que cierta simplicidad, combinada con coraje y energía, les permite cumplir directa y rápidamente cualquier tarea o función, por más oficial que sea, de un modo natural y, en cierto sentido, con facilidad. Fue un hombre en el cual lo santo y lo sano no se combatían; y ambas virtudes se traducían en acción. No era amigo de pensar mucho, en el sentido de teorizar mucho. Pero, aun en el ámbito de la teoría, poseía una especie de presencia de ánimo característico del raro hombre realmente práctico forzado a pensar. Nunca dijo algo incorrecto y fue ortodoxo por instinto. En el antiguo proverbio acerca de reyes que son filósofos o filósofos que son reyes hay cierto error de cálculo relacionado con un misterio que sólo el cristianismo pudo revelar. Porque, si bien para un rey es posible desear fuertemente ser un santo, para un santo no es posible desear fuertemente ser un rey. Un buen hombre difícilmente esté constantemente soñando con ser un gran monarca; pero la liberalidad de la Iglesia es tal que no puede prohibirle, ni siquiera a un gran monarca, el sueño de ser un buen hombre. Luis fue una persona directa y militar a la que no le importó mayormente ser un rey, como que tampoco le hubiera importado ser un capitán o un sargento, o cualquier otro rango, en su ejército. Ahora bien, a un hombre como Santo Tomás categóricamente no le hubiera gustado ser rey, o quedar enredado en la pompa y en la política de los reyes. No sólo su humildad sino también una especie de fastidio subconsciente y esa fina aversión por la futilidad que con frecuencia es dado hallar en las personas apacibles y cultas, le hubieran impedido tomar contacto con las complejidades de la vida cortesana. Además, durante toda su vida se cuidó de quedar al margen de la política; y en ese momento no había un símbolo político más evidente y en cierta forma más provocador, que el poder del Rey en París.

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Cristo ¿vuelve o no vuelve?




por Juan Manuel de Prada


Tomado de XLsemanal











ecía Leon Bloy que, cuando quería estar al tanto de las últimas
noticias, leía el Apocalipsis. Sospecho que hoy casi nadie sigue el ejemplo de Bloy, ni siquiera entre los creyentes. Leonardo Castellani, en su libro El Apokalypsis de San Juan (que acaba de publicar Homo Legens, con prólogo del menda), se pregunta por qué la propia Iglesia católica ha dejado de predicar la escatología, los misterios últimos que se siguen recitando en el Credo (segunda venida de Cristo o Parusía, resurrección de la carne, Juicio Final) e invocando en la liturgia de la misa («¡Ven, Señor Jesús!»), si bien de forma cada vez más automática, como se recitan abstrusas fórmulas algebraicas que ya nadie entiende. Podría aducirse que la Iglesia ha dejado de predicar tales misterios por prudencia, para evitar una confrontación conflictiva con el racionalismo propio de la época, como los cristianos de los primeros siglos se acogían a la «disciplina del arcano», para evitar las persecuciones de los emperadores romanos; pero lo cierto es que la Iglesia no hace uso de la misma «prudencia» en otras cuestiones en que su doctrina choca con igual o mayor violencia con la mentalidad contemporánea (pensemos en las cuestiones de moral sexual). Por lo demás, la disciplina del arcano a la que se acogían los primeros cristianos los aconsejaba callar sobre determinados puntos del dogma cuando se desenvolvían en el mundo; pero en modo alguno tal disciplina se extendía a las celebraciones litúrgicas, y tampoco a la predicación de sus ministros.


Otra razón que podría aducirse es que la predicación de la
escatología puede infundir entre los fieles ideas extravagantes que lindan con la herejía o la locura. Al propio Castellani algún cura le reprochó que se dedicara a la exégesis del Apocalipsis, advirtiéndole que quienes lo hacían terminaban mal de la olla; a lo que Castellani, siempre tan sarcástico, le respondió preguntándole si San Ireneo o el cardenal Newman debían contarse en el gremio de los que han perdido la chaveta. Lo cierto es que toda predicación de índole religiosa puede producir perturbaciones, como demuestra el hecho de que tantos locoides afirmen haber presenciado una aparición mariana; mas no por ello la Iglesia ha dejado de hablar de la Virgen. Y el día que dejara de hacerlo, por temor a excitar la fantasía de los fieles propensos a las ideas extravagantes, estaría traicionando su misión. Sin embargo, ha dejado de predicar la escatología. ¿Por qué?


Algún cura al que se lo he preguntado me ha dicho que
el Apocalipsis es un libro demasiado oscuro, por lo que es mejor centrarse en la predicación de los Evangelios. Aceptando que los Evangelios no sean también oscuros en muchos pasajes (¡échale un galgo a ciertas parábolas!), lo cierto es que el Apocalipsis está contenido de forma abreviada en los Evangelios (Mc 13, Mt 24); y que uno de estos pasajes se lee en las iglesias, en la misa del penúltimo domingo del tiempo ordinario. ¡Pero resulta que luego, en la predicación, el asunto central del Evangelio se soslaya, se maquilla, se edulcora y embrolla! Y lo mismo ocurre con las predicaciones del Adviento, que es el tiempo litúrgico establecido para recordar la primera venida de Cristo y anunciar su segunda; pero de la segunda nada se dice. ¿Por qué?

Yo creo que una de las causas principales del agostamiento de la fe en nuestra época es que los creyentes han dejado de creer en esta segunda venida; o, al menos, que han dejado de pensar en ella. Y, despojada de su horizonte escatológico (de su clave de bóveda), la fe acaba desustanciada, porque la fe «es sustancia de lo que se espera». Y cuando el creyente deja de esperar, o no sabe a ciencia cierta lo que espera, acaba reduciendo su fe a un código de buena conducta, a pura moralina inmanentista; y para el viaje de la buena conducta no hacen falta las alforjas de la fe. Incluso pueden resultar enojosas: pues la fe desustanciada, en un mundo incrédulo, lo único que acarrea (quien lo probó lo sabe) son desprecios, aflicciones y malos mirares; y cuando tales formas de tribulación dejan de entenderse a la luz de la escatología, resultan insoportables. Conque, para no padecerlas, el creyente deja que su fe vaya pereciendo de inanición.

A las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan les
recomiendo, como Leon Bloy, la lectura del Apocalipsis, que no es un libro amargo, sino jubiloso en extremo; y, si lo encuentran demasiado oscuro, acudan al libro de Leonardo Castellani que arriba mencionaba, en cuya venta yo no me llevo un duro, sino tan sólo la satisfacción de predicar en Adviento la segunda venida.

6 de Enero, Epifanía del Señor







Sermón del R.P. Gustavo Podestá
6 de Enero de 1991



Tomado de Catecismo












a fiesta de hoy me vuelve algo nostálgicamente a los días de mi niñez, cuando todavía la Navidad se festejaba con la Misa de Gallo y la comida familiar y no se distraía con los regalos ni con la figura absurda de Papá Noel, ni con el arbolito, todas costumbres introducidas desde el hemisferio norte, ajenas a nuestra tradición criolla y que crean un montón de falsas imágenes y asociaciones que apartan la atención del misterio central: la encarnación del Verbo, del Hijo de Dios . Allá estaba en cambio el pesebre, guardado durante todo el año y para las fechas sacado de su caja y de sus envoltorios, pieza por pieza: la Virgen , José, el burro, el asno, las ovejitas, los pastores. Se armaba en el comedor, sobre el mármol del aparador: todos los años un paisaje y distribución algo diferentes, pero siempre los mismos personajes y, arriba, la misma brillante estrella de cartón. Y finalmente el día de Navidad aparecía el esperado: desde su envoltorio especial se sacaba al Niño y se lo recostaba en su pesebre. Y ése era el centro del misterio y el foco de la ternura que se desplegaba por toda esa noche santa, sin el payasesco Klaus, a quien en esa época todavía nadie conocía. Y ya hacia el primero de año, en la otra punta del aparador, se ponían los tres reyes magos con sus camellos, lo más lejos posible, porque, desde ese día hasta el 6 de Enero, papá los corría un poquito todos los días, a medida que se iban aproximando hacia Belén, el día de Reyes.

Y lo demás es conocido: la excitación de los juguetes que esperábamos, las cartas a los Magos en que prometíamos que nos portaríamos mejor el año próximo junto con el pedido del regalo, hábilmente inspirado por nuestros padres para que no superáramos el presupuesto... y despertarse temprano a la mañana ¡y no poder todavía levantarse a ir a ver los zapatos porque todavía todos dormían!

Sin más que todo el ambiente era feérico, legendario, mágico, pero de ninguna manera carnavalesco como el de nuestros actuales nicolases y payasos, transpirando en sus disfraces, tratando de atraer la atención de chicos y grandes para llenar los bolsillos de los comerciantes.

El día de Reyes era la prolongación infantil de la alegría más seria y creyente de la navidad y conseguía no asociar al cristianismo con el folklore ni la farsa, sino con el suave aire de esa ingenuidad infantil que, so pena de agostar el misterio cristiano, es necesario conservar aún en la adultez.

Vos todavía crees en los Reyes Magos!" es una expresión que se usa para burlarse de la credulidad del prójimo. Pero es una lástima que ello sea más el símbolo de una escepticismo amargo que alcanza a todas las cosas, a la gente e incluso a lo sagrado y no más bien, simplemente, el paso a una fe más adulta, pero no por eso menos creyente, menos confiada, menos esperanzada.

Porque sin más que la experiencia infantil de lo maravilloso es una excelente pedagogía para introducirse en la percepción de aquello que no aparece inmediatamente a los ojos ni a la razón. Precisamente Dios ha utilizado muchas veces los milagros, es decir la rotura de las leyes normales, habituales, previstas, para, por medio de lo imprevisto, mostrar a los hombres que, detrás de la realidad aparentemente independiente de las cosas, existe Alguien que las supera y de quien podemos esperar que algún día nos rescate de los límites ineluctables de esa realidad.

Pero en eso Dios ha corrido el riesgo de que se tienda a creer que El solo interviene cuando suceden esos hechos extraordinarios y que todo lo demás sucede y actúa sin su intervención. A ello contribuyen esas sectas que por allí pululan o esos costosos programas de televisión que manejan algunas organizaciones protestantes ofreciendo milagros al por mayor en una deformación del cristianismo que es más perniciosa que el ataque directo, que el enfrentamiento.

Porque por supuesto el Señor puede y de hecho hace milagros, pero no hay que olvidar que El no es solamente el Señor de los Milagros sino y antes que eso el Señor de la Salvación y, antes todavía, el Señor de la Creación.

Dios, Cristo, no es solamente quien puede actuar de vez en cuando forzando con su poder alguna ley de la física, de la química o de la biología, El es quien, con su palabra poderosa, como dice el primer capítulo de la epístola a los hebreos , sostiene todo el universo; desde la más infinitesimal de las partículas subatómicas hasta el más enorme de los astros que pueblan el cosmos, desde el movimiento del virus hasta el más sutil de los pensamientos del sabio. Nada escapa al manejo que realiza de todos los seres y todos los acontecimientos mediante el instrumento de las leyes físicas, químicas y biológicas que él mismo ha programado para la materia.

Y el cristiano sabe que, no solamente los milagros, sino todo lo que sucede en el orden físico, biológico, histórico y personal, es omnipotentemente manejado por Dios, ahora si, no solo como Señor de la Creación , sino como Señor de la Salvación , en orden a encaminar a sus elegidos, mediante la santidad, a la plenitud de la inmortalidad.

Por eso el sentimiento de lo maravilloso que vivíamos en la fiesta de Reyes de nuestra niñez, tendría que acompañarnos toda la vida, pero ya no sorprendiéndonos solo frente a lo extraordinario, a lo poco común, sino en la inteligencia de que el Dios que nos ama y quiere nuestra felicidad y plenitud está tan detrás de los acontecimientos que se explican por sus causas próximas, como de aquellos que no tienen explicación. "El científico para explicar la realidad se fija solo en las causas segundas y próximas -decía Santo Tomás-; el cristiano, si la quiere comprender en serio, ha de tratar de entender todo desde la Causa Primera , desde Dios".

El astrónomo observó el brillo repentino de la estrella, apuntó cuidadosamente con el lápiz su aumento de magnitud, con su espectrógrafo determinó correctamente su temperatura, evaluó por el corrimiento al rojo de su espectro la distancia, las rayas espectrales le comunicaron la danza enloquecida de los elementos que la componían, la fusión nuclear del hidrógeno en helio y del silicio en hierro. Concluyó que había descubierto una supernova y, orgulloso, desde entonces, figuró su nombre, al lado del astro ya transformado en estrella de neutrones , en el catálogo estelar. Los científicos que acuden al catálogo por siempre recordarán su nombre.

Pero hubo quien, observando el mismo fenómeno, se le sobrecogió el corazón. Sus ojos no se apartaron por largo rato del telescopio, la computadora titilaba en vano su bip bip desde la consola, la luz de la estrella inútilmente se refractaba en arco iris de números en el medidor. Se le cayó el lápiz de la mano, y el sabio miró conmovido y admirado la obra del Creador, oyó la Palabra , apreció el poema, ardió en deseos de encontrarse con el Autor.

Los científicos seguían mirando atentamente el cielo y la tierra, anotando minuciosamente sus observaciones, interpretándolas en leyes, en números, en fórmulas logarítmicas, apilando pilas y pilas de fotos y de papel.

Los sabios oyeron el poema, tomaron sus camellos, buscaron y, finalmente, se encontraron con Dios.

5 de enero de 2011

Para acabar con Mayo del 68 (instrucciones de uso)




por José Javier Esparza












a Europa del 68 aún vivía bajo la sombra de la generación que hizo la guerra. Quizás había que desplazarla. La sustituyó la generación de Mayo del 68, que ha venido mandando hasta hoy. Hoy tenemos que desplazarla.

Mayo del 68. No es sólo París, los adoquines, los CSR, De Gaulle que se va, todos esos recuerdos en blanco y negro de un simulacro de revolución pequeño-burguesa. El 68 es bastante más, algo antes y mucho después de esa fecha. Es el despiporre californiano de Berkeley, la fascinación de los jovencitos ricos por el Ché Guevara, la transformación del cristianismo en asamblea del “camarada carpintero”; es la adoración sin límites (ni crítica) por los “condenados de la tierra”, la reivindicación de lo horizontal contra lo vertical, la demonización de cualquier autoridad como “fascista”; es la transformación de lo privado -la sexualidad, por ejemplo- en materia de derechos públicos, es el rencor hacia la propia identidad, es la búsqueda de paraísos artificiales en la droga o en la contracultura o en la evasión espiritual; es la degeneración de la moral en sentimentalismo, la certidumbre paralizante de que todo es relativo, el nihilismo pasivo de la indiferencia; es la expulsión de la norma fuera de la Ciudad, la apoteosis del individuo como regla única de validez universal, y la ceguera ante cualquier realidad conflictiva, y al mismo tiempo la transformación de la lucha de clases en modelo apto para todo (lucha de generaciones, lucha de sexos, lucha de…), y también la Gran Negación: negación de lo bueno como valor, de lo bello como valor, de lo justo como valor. Y después, la metamorfosis de los viejos revoltosos en progresistas gentes de dinero, la petrificación del desorden establecido, el fin de lo político, el repliegue sobre sí mismo, el imperio del mercado y el consumo, de la pequeña satisfacción individual sobre cualquier apuesta colectiva.Todo eso es, en realidad, Mayo del 68. Nosotros somos Mayo del 68 -bien a nuestro pesar.

¿Acabar con Mayo del 68, dice Sarkozy? Oh, sí: perentoriamente, cuanto antes, incluso brutalmente; empujar este monigote de la Gran Parálisis de Europa con ferocidad y ruido, entre carcajadas joviales, a golpes de espada y maza, al son de himnos venidos del fondo de los tiempos. Pero sabiendo de antemano que el monigote caerá sobre nuestras cabezas. Es la imagen de Sansón moviendo las columnas del templo: lo que da fuerza a la estampa es la certidumbre de que el templo aplastará a Sansón. Así nosotros, hoy, ante Mayo del 68: también caerá sobre nuestras frentes -eso sí: altivas.

¿Acabar con el 68? Sea. Entonces habrá que organizar las cosas de otro modo.

Habrá que pensar que la finalidad del individuo no es “gozar sin trabas”, sino ponerse al servicio de algo que le trascienda, incluso si eso implica gozar menos. Habrá que dejar de decir “haz el amor y no la guerra”; ahora habrá que estar preparados para hacer el amor y también la guerra. Habrá que aprender de nuevo a ver el mundo en vertical, a ensalzar el valor de lo bueno, lo bello y lo justo. Habrá que rescatar la idea de mérito y dar a cada cual lo que merezca, y juzgar que es bueno que así sea. Habrá que enseñar a la gente a amar a su patria y a guardar su identidad histórica.Habrá…

Habrá que darle a nuestro mundo la vuelta como a un calcetín.

(Entre usted y yo: no creo que Sarkozy tenga realmente intención de hacer todas estas cosas. Pero a veces en la Historia ocurre que alguien tira una piedra al agua tranquila, la piedra agita un fondo desconocido, el fondo se mueve y transmite su agitación río abajo y, allí, un remanso hierve súbitamente en violenta espuma, y ya no importa ni el agua ni la piedra ni el remanso, sino sólo la fuerza que casi por azar se ha puesto en movimiento. ¿Quién sabe?).

5 de Enero, conmemoración de San Telésforo, Papa y Mártir




an Telésforo, que figura en la lista de los Papas, como séptimo obispo de Roma, parece haber sido griego de nacimiento. Sucedió a Sixto I, hacia el año 126 y presenció la devastación causada por la persecución de Adriano. "Terminó su vida con un glorioso martirio", nos dice Eusebio, y es uno de los primeros sucesores de San Pedro, a quien San Oroneo y otros autores llaman con el nombre de mártir. Las disposiciones que el Liber Pontificalis le atribuye, -por ejemplo la celebración de la Misa de Navidad (fiesta que no existía entonces) a medianoche-, no pueden provenir de su pontificado. Actualmente la conmemoración de San Telésforo ocurre en la misa y el oficio de la vigilia de Epifanía.



El mismo día, San Simeón, Estilita



Los alrededores de Antioquía, en el extremo oriental del Mediterráneo, fueron, durante los siglos V y VI escenario de vida eremítica. Toda la región estaba poblada de monasterios y habitada por anacoretas. El más popular de todos ellos fue San Simeón, llamado más tarde el Estilita por lo que pronto veremos.

Nació Simeón al declinar el siglo IV en Sisán, pueblo situado entre los confines de Cilicia y Siria. De pequeño fue zagalillo y, al frente de un rebaño de ovejas, recorría las montañas vecinas. Era cristiano; pero de Dios sabía lo poco que le enseñaron sus padres, gente sencilla que vivía de la tierra y del pastoreo. Un amanecer, al levantarse como de costumbre, vio todo nevado. No pudo salir con las ovejas aquella mañana y se dirigió a una iglesia. Un monje estaba pronunciando las palabras del Evangelio: "Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados; bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios..." El zagal no acababa de comprender y preguntó a un anciano: "¿Qué debo hacer para merecer la bienaventuranza?" "Lo más seguro - respondió el anciano - es dejarlo todo y llevar vida de anacoreta."

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4 de enero de 2011

Liberalismo y apostasía (1)

Nota del E.: este grupo de artículos ya fue publicado hace casi dos años. Por su trascendencia y por el notable aumento del número de lectores, he decidido hacerlo nuevamente. Quienes ya lo hayan leído, se enriquecerán con su relectura, y para los que no lo han hecho, podrán tomar contacto con la lúcida exposición de uno de los más preclaros pensadores y expositores del pensamiento católico argentino.





por el Dr. Alberto Caturelli











l solo término «liberalismo» arrastra consigo una equivocidad y una confusión semántica cada vez mayor, aunque ésta no haya logrado borrar del todo un sentido único, más o menos oculto, que es el común denominador de todos los liberalismos. Por otro lado, me parece percibir que, además, de los sentidos (teológico, filosófico, político-social y económico) que implica el término «liberalismo», existe también una «mentalidad» liberal, una suerte de talante que ha crecido sobre una implícita doctrina y que es, frecuentemente, más poderosa que las claras convicciones racionales. Por eso, quizá sea menester un primer examen del término que nos permitirá eliminar los sentidos no adecuados por un lado y, por otro, acercarnos a sus significaciones más propias; pero no expresará tampoco su sentido total porque éste ha de surgir a lo largo del desarrollo del presente estudio y será puesto de manifiesto en la conclusión.

Por lo pronto, para comenzar por lo más obvio, debe excluirse de la actual significación de «liberalismo», la del término «liberal» en su acepción clásica según la cual «se denomina liberal al que regala “libe-ralmente” y sin murmurar» como dice San Isidoro (Etymologiarum, X, 156); este sentido, aún hoy en vigencia en ciertas expresiones del mundo cultural hispánico, viene a identificarse con la virtud moral de la liberalidad, que es parte de la justicia y está constituida por el hábito de dar, de usar con desprendimiento del dinero (bien útil) en bien del prójimo (Sto. Tomás, S. Th. II-II,117,4); de ahí se siguen ciertas expresiones referidas al «liberal» como el hombre generoso en el dar sin esperar recompensa.

No es necesario referirnos a los derivados de las clásicas «disciplinas liberales» y a las profesiones libres o «liberales» ya que estos términos, como los indicados en primer lugar, no conllevan el significado de una concepción general del mundo o de un determinado sistema socio-político.

El término «liberalismo» supone un determinado contexto histórico doctrinal del que no puede ni debe ser aislado sin ensanchar cada vez más equivocidad que suele acompañarlo; en esa perspectiva, sea que el término «liberal» provenga de las jornadas del 18-19 Brumario cuando Napoleón disolvió la Asamblea de los Quinientos poniendo las bases del Consulado (1799), sea que su verdadero origen haya que buscarlo en el empirismo contractualista inglés, lo cierto es que su significado moderno expresa mucho más que un régimen político. Expresa una verdadera concepción general del mundo.

En tal caso, es posible hablar de un liberalismo teológico, de un liberalismo filosófico, político y económico y aunque se encontrarán diferencias internas muy evidentes, siempre será sencillo mostrar el común denominador esencial que a todos los une; en consecuencia, el término «liberalismo» designará un orden de ideas, una visión de la realidad humana y social. De donde se siguen dos consecuencias inmediatas: el intento actual de designar con el término «liberalismo» una realidad distinta a la que el término expresa en su contexto histórico-doctrinal, aumentará la confusión; en segundo lugar, se comprende que no deben identificarse los términos «liberalismo» y «democracia».

Del hecho de que el liberalismo, en la actualidad, propugne una «democracia liberal» como expresión política genuina de su visión del mundo, no se sigue que el régimen democrático se identifique con la democracia liberal. Por el contrario, en este estudio me atreveré a sostener que la verdadera democracia es antiliberal y orgánica, y que el régimen liberal es antidemocrático.



I. Origen y naturaleza del liberalismo

4 de Enero, San Gregorio de Langres, Obispo




a vida de este Santo nos es conocida gracias a los escritos de su bisnieto, San Gegorio de Tours.
Noble de nacimiento, Gregorio gobernó durante 40 años el distrito de Autun, con el cargo de "comes" (conde), caracterizándose por su sentido de la Justicia.
Era ya de edad avanzada, cuando murió su esposa Armentaria y él realizó su deseo de abandonar el mundo y entregar su vida a Dios.
Elegido Obispo de Langrés por el pueblo y el clero, San Gregorio fue un ejemplo de fidelidad a sus deberes pastorales.
Hacía grandes penitencias con la bebida y la comida.
Con frecuencia pasaba una noche en oración, sobre todo en el baptisterio de Dijón, donde habitaba habitualmente.
San Benigno, apóstol de Borgoña, se le apareció y lo reprendió paternalmente por su negligencia y le pidió que restaurara su santuario, que se encontraba en ruinas. Dicho santuario fue famoso en Dijón a partir de ese momento.
San Gregorio murió en Langrés, en 539, y acorde con su deseo, sus restos fueron transladados al santuario de San Benigno.
Aún en los milagros realizados después de muerto, parece haber tenido especial predilección por los presos de la justicia humana.

3 de enero de 2011

¿ Otra vez el espejismo de Asís ?









por el R.P. Terzio



Tomado de Ex Orbe













ay efemérides infaustas que no son para recordar, mucho menos para repetir. Aquel encuentro juanpablista de Asís-1986 marcó una cota de confusión memorable. Desgraciadamente, parece que vuelve el espejismo de Asís.

Nunca entendí su oportunidad, por mucho que me lo explican y me lo auto-explique. Considero que fue un acto en contradicción con el ser mismo de la Iglesia, cuya misión es evangelizar a los paganos, no 'orar' con ellos.

A lo sumo aceptaba considerar aquel comunitarismo indiferentista como un entusiasmo bienintencionado más de Juan Pablo II, un globo de colorines con mucho gas dentro, de esos que se sueltan y se ven subir y subir y subir y subir...hasta que se pierden y se los lleva el viento. Y nada más.

Pero sí hay algo más, porque lo que el Papa hace (o dice), aunque sea montar un encuentro temático religioso-pacifista ocasional, aunque sean unas palabras dichas en una entrevista a un periodista, aunque sea una cita al vuelo en un discurso de protocolo, lo que sea, lo más mínimo, tiene un peso, una gravedad extraordinaria. Un gesto, un acto, una palabra del Papa, lleva aneja una relevancia que influye en el mundo entero. Las palabras dichas esta mañana, las que comento, han sido estas:


"Cari fratelli e sorelle, nel Messaggio per l’odierna Giornata della Pace ho avuto modo di sottolineare come le grandi religioni possano costituire un importante fattore di unità e di pace per la famiglia umana, ed ho ricordato, a tale proposito, che in questo anno 2011 ricorrerà il 25° anniversario della Giornata Mondiale di Preghiera per la Pace che il Venerabile Giovanni Paolo II convocò ad Assisi nel 1986. Per questo, nel prossimo mese di ottobre, mi recherò pellegrino nella città di san Francesco, invitando ad unirsi a questo cammino i fratelli cristiani delle diverse confessioni, gli esponenti delle tradizioni religiose del mondo e, idealmente, tutti gli uomini di buona volontà, allo scopo di fare memoria di quel gesto storico voluto dal mio Predecessore e di rinnovare solennemente l’impegno dei credenti di ogni religione a vivere la propria fede religiosa come servizio per la causa della pace. Chi è in cammino verso Dio non può non trasmettere pace, chi costruisce pace non può non avvicinarsi a Dio. Vi invito ad accompagnare sin d’ora con la vostra preghiera questa iniziativa."

Con lo de aquel atrio (o era ágora?) de los gentiles (o era de la gentilidad?), Benedicto XVI amagó ya cierta tendencia. Si lo que acaba de anunciar, ese encuentro en Octubre próximo en Asís Asís-IIIº?) va a confirmar un nuevo espíritu (espectro?) de no se sabe bien qué para todos (y todas) en comunión global universalista pan-humanista multi-pacifista y macedonia cultural-religiosa, mucho me temo que volvemos a los temblores por dentro. Fuera, en el mundo del siglo XX-XXI, la Iglesia tiene ya perdidas importantes batallas que le han acarreado muchas ruínas. Pero meter la ruína dentro y desestabilizarse removiendo sólidos principios que son fundamentales, eso es una locura.

Lástima que la patria del Poverello sirva de escenario para ese monumental espejismo, precisamente Asís, el sitio donde el Crucificado, desde el ábside de la ermita abandonada de San Damiano, le habló a Francisco y le dijo aquellas tremendas y comprometedoras palabras:

“ Francesco, vai e ripara la mia Chiesa, che va in rovina ”.

¡Cuánto me gustaría que alguno recibiera otra vez un mensaje así, en Asís!.

Preghiamo!!!

Biografía de Santo Tomás de Aquino (3)











por Gilbert K. Chesterton


Tomado de La Editorial Virtual











III - La Revolución Aristotélica


lberto el suabo, con justa razón llamado El Grande, fue el fundador de la ciencia moderna. Hizo más que ninguna otra persona para preparar ese proceso que convirtió al alquimista en químico y al astrólogo en astrónomo. Es curioso como, habiendo sido en su tiempo y en este sentido casi el primer astrónomo, figura ahora en la leyenda como el último astrólogo. Los historiadores serios están abandonando la absurda noción en cuanto a que la Iglesia medieval persiguió a todos los científicos acusándolos de brujería. La verdad es casi lo opuesto. A los científicos, el mundo a veces los persiguió por brujos; y a veces corrió detrás de ellos por brujos, que es una forma de seguirlos contraria a perseguirlos. Únicamente la Iglesia los consideró real y exclusivamente como científicos. Más de un clérigo investigador fue acusado de simple magia al hacer sus lentes y sus espejos; pero fue acusado por sus ignorantes y rústicos vecinos, y probablemente hubiera sido acusado exactamente de la misma manera si estos vecinos hubiesen sido paganos, puritanos, o adventistas del séptimo día. Pero aun así tenía mejores probabilidades de ser absuelto siendo juzgado por el papado que siendo simplemente linchado por los laicos. El pontífice católico no denunció a Alberto Magno por practicar la magia. Fueron las semipaganas tribus del Norte las que lo admiraron como a un mago. Son las semipaganas tribus de las ciudades actuales, los lectores de libros baratos de interpretación de sueños y panfletos de charlatanería, son los profetas periodísticos los que todavía lo admiran por astrólogo. Se admite que el alcance de sus conocimientos documentados, de hechos estrictamente materiales y mecánicos, fue asombroso para un hombre de su tiempo. Es cierto que, en la mayoría de los demás casos, existió cierta limitación en cuanto a los datos disponibles a la ciencia medieval, pero eso por cierto que no tuvo nada que ver con la religión medieval. Por de pronto, los datos de Aristóteles y de la gran civilización griega en muchos sentidos fueron más limitados todavía. Y en última instancia lo esencial no es tanto una cuestión de acceso a los hechos sino de la actitud frente a los hechos. La mayoría de los eruditos, informados por los únicos informantes que tenían de que un unicornio tiene solamente un cuerno o que una salamandra vive en el fuego, utilizaron eso más como una ilustración de la lógica que como un incidente de la vida. Lo que realmente dijeron fue: “Si un unicornio tiene un sólo cuerno, dos unicornios tienen la misma cantidad de cuernos que una vaca.” Y eso no dejó ni por un ápice de ser cierto debido al hecho que el unicornio es una fabulación. Pero con Alberto Magno durante el Medioevo, al igual que con Aristóteles durante la Edad Antigua, lo que comenzó fue algo así como un poner énfasis en la pregunta: “¿Tiene el unicornio un sólo cuerno o la salamandra un fuego en lugar de un hogar?” Sin duda alguna, cuando los límites sociales y geográficos de la vida medieval comenzaron a permitir la exploración del fuego en busca de salamandras o los desiertos en busca de unicornios, las personas tuvieron que modificar muchas de sus ideas científicas. Los hechos los expusieron a la misma clase de burla que hoy existe por parte de toda una generación de científicos que acaban de descubrir que Newton no tiene sentido, que el espacio es limitado y que el átomo no existe.

Este gran alemán, conocido durante su período de mayor fama como profesor en París, fue durante un tiempo profesor en Colonia. En aquella hermosa ciudad romana se congregaron a su alrededor cientos de amantes de esa extraordinaria vida que fue la vida estudiantil de la Edad Media. Se juntaban en grandes grupos llamado naciones; y el hecho ilustra muy bien la diferencia entre el nacionalismo medieval y el moderno. Porque, si bien cualquier mañana podía haber una gresca entre los estudiantes españoles y los estudiantes escoceses, o entre los flamencos y los franceses, y si bien podían centellear espadas y podían volar piedras por los más puramente patrióticos principios, a pesar de todo ello sigue siendo un hecho que todos habían concurrido a la misma escuela para aprender la misma filosofía. Y, si bien eso pudo no haber impedido el iniciar una pelea, pudo no obstante haber tenido bastante que ver con cómo terminarla. Ante estos variopintos grupos de hombres procedentes de todos los rincones de la tierra, el padre de la ciencia desenrolló su rollo de rara sabiduría acerca del sol y los cometas, los peces y los pájaros. Era un aristotélico desarrollando, por decirlo así, la única sugerencia experimental de Aristóteles; y en esto fue enteramente original. Se preocupó menos de ser original en las cuestiones más profundas relativas a los seres humanos y a la moral. En cuanto a ellas se limitó a enseñar un aristotelismo decente y cristiano. En cierto sentido hasta estuvo dispuesto a hacer un compromiso en la cuestión meramente metafísica planteada por los nominalistas y los realistas. Nunca hubiera sostenido él sólo la gran guerra que se cernía por un cristianismo equilibrado y humanizado; pero cuando la guerra llegó se puso enteramente de su parte. A Alberto Magno lo llamaron Doctor Universal por el alcance de sus estudios científicos pero, en realidad, fue un especialista. La leyenda popular nunca está del todo equivocada; si un científico es un mago, él lo fue. Es que el hombre de ciencia siempre ha sido más mago que el sacerdote desde el momento en que su objetivo es “controlar los elementos” en lugar de someterse al Espíritu, que es más elemental que los elementos.

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3 de Enero, Santa Genoveva, patrona de París.









ezcla de tradición histórica o legendaria, la figura de esta santa destaca, poderosa, en medio del florecimiento cristiano primitivo, que venia a sustituir a los antiguos ídolos griegos, latinos o celtas.

Su nombre está asociado a la vida de los habitantes antigua Lutecia. La montaña donde Clovis había levantado una iglesia en honor de San Pedro y San Pablo se llamaría en lo sucesivo montaña de Santa Genoveva. Al lado del rey merovingio será enterrada y sucesivas vicisitudes llevarán sus cenizas hasta el lugar que hoy ocupa la iglesia de San Esteban del Monte (Saint – Etienne - du -Mont) rodeados de una hermosa reja de hierro forjado, entre cirios y exvotos de sus fieles agradecidos.

Lutecia era una ciudad sin importancia, inferior a Sens o a Lillebonne. Los textos antiguos parecen ignorarla. Cesar, en su Guerra de las Galias, hace mención escasa del oppidum de los parisii, cuando tuvo necesidad de cruzar por él en el año 53 antes de J. C. Lo cita como un territorio tranquilo en los imites de la 'Céltica y del país de los belgas, encerrado en una isla formada por 1os brazos del río Sena.

En la época romana, las grandes vías de comunicación trazadas por los vencedores van a dar importancia a la ciudad recién nacida, al paso de las tropas romanas, que llegarán hasta la península Ibérica, jalonando el territorio español de construcciones imperecederas.

Más adelante, de la isla, la pequeña ciudad irá subiendo hasta la montaña de Santa Genoveva. Los edificios que pudiéramos llamar oficiales la embellecían y, aunque sus habitantes siguen siendo escasos, ya se vislumbra a través de la vida pública que comienza, un auge incesante, que las dinastías reinantes se encargaran de acrecer.

Las invasiones de los francos y germanos dejarán la traza de su afán destructivo. Los tesoros desaparecen a su paso. Las tribus bárbaras tienen predilección por sembrar de hogueras su camino. Las ciudades romanas empiezan a fortificar sus reductos. Lutecia será un Castellum con lo que la vemos cercada de murallas y en las murallas las puertas que permiten su comunicación con exterior.

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